EL MUNDO ES UNA GALLETA MARÍA

 


No, tranquilos, no me estoy volviendo terraplanista, aunque de ser plana la Tierra, tampoco estaría mal que fuese una rica galleta. En vez de en busca de tierras raras, por ejemplo, la minería estaría dedicada a sacar material para postres y repostería. Un mundo feliz, sin duda. Pero para rara esta entrada, ciertamente. Aclararé con prontitud el motivo de la misma antes de que alguien empiece a preocuparse por mi salud mental.

Ayer mismo, ya de noche, supe por fin el origen de que a la galleta más normalucha y corriente, la García del mundo de las galletas, se le llame María. Cerraba definitivamente una duda que me había corroído por el espacio de unos 23 segundos (sumados a lo largo de toda mi vida). Y veréis que he estado rodeado, sin saberlo, de referencias que tienen que ver con este afamado disco alimenticio. Y es que, la galleta se llama así por esta señora:

 



Pues sí, les presento a la duquesa María Alekxándrovna, que se casó con el Duque de Edimburgo, flamante caballero de la Orden del Cardo, en 1874, sin duda atraída por la importancia del título de su pretendiente (y me refiero al ducado, sin desmerecer al cardo). El caso es que la casa británica Peak Frean, quiso inmortalizar aquella magna y magnífica boda haciendo unas galletas en su honor, dándole el nombre de la novia, que fue la protagonista de la misma y de millones de desayunos a partir de aquel día. Pero aquí llega el primer flash, pues en casa, desde hace décadas, guardamos las galletas en la siguiente lata:



Es decir, que llevamos años desde que comenzó nuestra búsqueda en pos de resolver el misterio (12 segundos en 1982 y otros 11 segundos en 2001) y casi lo teníamos resuelto en la primera puerta del mueble de la cocina.

Por hacer un refrito barato con la historia de la Alekxandrovna, diré tal nombre significa hija de Alejandro, más concretamente Alejandro II, zar de Rusia, siendo a la sazón nuestra María, no sólo hija, sino también nieta, hermana y tía de zares, y no fue más porque su sobrino Nicolás II, no salió bien parado de Ekaterimburgo. Pero no queda ahí la cosa, es que su suegra era la Reina Victoria y su cuñado el futuro rey Eduardo, del que no se conoce que contara chistes malos en Nochebuena.

La María no sólo era alteza, sino que también era altiva y no le gustó demasiado su país adoptivo, al que no apreció a pesar de todos aquellos súbditos británicos que se acordaran de ella a la hora del té.

Al mismo tiempo, solucionaba otra intriga que todos los días veo desde el tren en mi camino hacia Bilbao. Y era por qué se le llamaba a una galleta Duquesa:

 



 

Resulta que su madre, también se llamaba María, y era princesa de Hesse, nacida en Darmstadt (Alemania), ciudad en la que pasé yo un verano hace ya bastantes años. Nuestra María alemana en vez de haberse casado con el Príncipe de Beukelaer, se casó con el zarévich Alejandro de Rusia. Mal hecho, pues éste se encaprichó, no con unos Corn Flakes (que no habían llegado aún al extenso país del Este), sino con una variedad de mujeres rusas con las que tuvo varios hijos, medio hermanos por tanto de nuestra María la galletera. Redondeando la historia, es preciso contar que en Darmstad, la última vez que fui, saqué una foto a la capilla rusa, que el sobrino de María, el Zar Nicolás II, mandó construir en la ciudad de su abuela y tía, capilla que dedicó –y ahora ya sin sorpresa alguna- a María Magdalena. Como con esto me quedo sin palabras, después de esa doble referencia repostera, os dejo la foto que hice y os emplazo a una siguiente entrada.



 

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