ONCE MIL KILÓMETROS POR LAS TIERRAS DE BUFALO BILL

Hoy, 23 de agosto de 2021, se cumplen justo treinta años de la finalización del viaje que un amigo y yo realizamos por los Estados Unidos. Al amigo, aunque también se apellida García, le llamamos Humphrey, lo que le habilitaba a la perfección como compañía por aquellas tierras. Para ambientarme había querido leer “On the road” de Kerouac antes de ir, pero no me dio tiempo. Todavía no lo he leído y no sé si me merecerá ya la pena. Tirando del hilo literario diré que tampoco fueron 20.000 leguas de viaje submarino, pues gran parte lo hicimos en avión, en lo que fue mi bautismo aéreo (y prometo por Mickey Mouse que no lloré). Por tierra, en cambio, recorrimos 11.000 km en coche, de costa a costa pasando por Florida, que estaba allá abajo del todo como había descubierto el explorador Cabeza de Vaca más de cuatro siglos antes. 

La verdad es que hoy en día es numerosa la gente de nuestro entorno que ha ido a los USA, pero en aquel entonces nos creímos una especie de intrépidos seguidores de Colón y estuvimos alardeando hasta varios meses después. Es decir, que conté la misma paliza decenas de veces, a nada que me daban pie. Como podéis imaginar en un mes, anécdotas e incidencias tuvimos varias, pero de todas salimos airosos (no como el pringado de Cristóbal, que acabó mal). La que cuento siempre es que nos paró cuatro veces la policía, pero, ojo, solo en dos de ellas tenían razón de hacerlo. En una me salté un stop, pero medio convencí al poli, apellidado Sánchez, de que nosotros un stop, si no viene nadie, lo convertimos en ceda el paso. También le convencí de que no llevábamos drogas, respondiendo a una pregunta que yo consideré capciosa, aunque me aguanté expresarlo así. Sánchez será ahora un veterano sheriff y espero que no sea tan crédulo. Lo digo por lo del stop, que uno la única sustancia psicotrópica que toma es un ibuprofeno y por rigurosa prescripción facultativa. En los otros tres casos, también les convencimos de nuestra inocencia sin tener que llegar a juicio y sin pisar siquiera ninguna de las famosas comisarías norteamericanas. De algo me tenía que servir mi tez blanquecina y el pelo tirando a rubio que por aquel entonces lucía. 

Con el inglés de instituto y nuestro castellano con acento de Barakaldo, fue suficiente para manejarnos, orientarnos, comer, dormir, aparcar, etc. aunque lo que más nos ayudó fue la cantidad de dólares que llevábamos en cheques de viaje, que por algo estábamos en el paraíso del capitalismo. Tan a gusto estaban que allí se quedaron la mayoría, no digo más. 

En las fotos que adjunto (en las que se nota ya el paso del tiempo) veréis varios de los hitos que tuvimos en el viaje, aunque nos quedaron pendientes ver un rodeo, oír country y ligar con alguna americana, pues lo que hablé yo con una conductora de autobús para saber dónde paraba creo que no cuenta como flirteo.

Mapa del viaje que hice para el álbum de fotos.

Las Torres Gemelas. Les quedaban justo diez años de existencia. No subimos.

En cambio, sí entramos en  Wall Street y no se generó ningún pánico bursátil. Ya debían saber que llevábamos buenos dólares.

El Guggenheim de Nueva York. Lo estaban arreglando, para no desmerecer del que luego se haría en nuestra provincia.

Las escaleras de Rocky, en el museo de Philadelphia. 

No sé si se aprecia, pero las afueras de Atlantic City daban miedo. Potroso es decir poco, contrastando con la zona de casinos.

Los guatemaltecos que trabajaban en esta gasolinera (los siete días de la semana), nos invitaron a dormir en su casa solo por hablar castellano.

En cambio, el que vivía aquí no quiso valorar nuestro nivel de inglés. Tuvimos que irnos a un motel y eso que le sobraba espacio.

Puente de pago de Chesapeake, de más de 28 km de largo, que tenía dos túneles por debajo del agua.

Daytona Beach. Entraban con los coches en la playa, que fue circuito en sus días.

Atracción de Disney World, cuando no existía aún Euro Disney.

Cabo Cañaveral. Punto de lanzamiento de cohetes y transbordadores espaciales.

Cayo Largo (y recuerdo que yo iba con Humphrey).

El vapor Natchez, con el que surcamos el Mississippi. Todavía funciona.

El Desierto Pintado de Arizona, territorio de los Navajos.

Es el Rio Colorado, aunque se vea azul. Gran Cañón.

En Las Vegas ganamos dinero (20$), lo que nos costó alojarnos aquel día.

Salgo yo en la foto para que veáis el tamaño de esta sequoia del Giant Forest.

Típica imagen de Yosemite. A la izquierda el Capitán, meta de los escaladores más intrépidos.

El Golden Gate. Cobraban solo para entrar en San Francisco.

Acabamos con sabor a pelicula en Hollywood. Teatro Pantages, donde se entregaban los Oscar en los años 50.


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