INTERCAMBIO DE PRINCESAS

En estos tiempos que corren es Disney quien provee a la humanidad de princesitas, todas monas, guapas y bien peinadas. Ahí están Demi Lovato, Selena Gómez o Hannah Montana, la cual, por cierto, parece que ha trocado el comportamiento principesco por otro menos nobiliario, con buen rendimiento económico, digámoslo todo. Pero antes las princesas eran de auténtica sangre azul, de un azul tan puro que solo podía conseguirse cruzando familias reales de todas las cortes europeas, las cuales, al final, acabaron siendo todas familia. Viene esto a cuento de que, hace tiempo, me sorprendió un cuadro que aparecía en una revista. Se trataba del “Intercambio de princesas en el Bidasoa”, de Pieter Van der Meulen. Ni me sonaba el pintor ni me sonaba el hecho, pero me pareció curioso. Me refiero al intercambio, no al pintor, por mucho nombre sonoro que tenga, tan diferente de Pedro el de las Mulas (advierto que no es traducción exacta). Pero dejando al artista en paz en su permanente olvido, del que no hemos pretendido sacarlo, nos vamos cuatrocientos años atrás, hacia 1615, cuando los dos países que comparten los Pirineos deciden dejar atrás viejas rencillas y qué mejor para ello que casar a sendas princesas con los elegidos de la corte contraria.

Así Ana de Austria (que no os engañe el nombre, pues era de Valladolid) a sus trece años, fue casada por poderes con el rey de Francia, Luis XIII (como veis, uno por cada año de la joven). Para celebrarlo, fiestón en Burgos, donde comerían buen cordero (eso lo supongo yo basado en mi propia experiencia personal). Por su parte, los Borbones franceses pusieron a disposición a Isabel de Borbón, de catorce años. También la casaron por poderes con el Príncipe de Asturias, el futuro Felipe IV, en una boda en Burdeos mucho más deslucida, pues no compares una ensalada de “lardons” mal condimentada con el mencionado ovino castellano asado.

Como entonces no existían ni SEUR, ni MRW, hubo que llevar a las recién casadas al país contrario, que ya empezaban a impacientarse las chicas con su esperada noche de bodas (que esa sí que fue en diferido, no como el finiquito de Bárcenas). Os podéis imaginar la “troupe” que montaron, encontrándose finalmente justo en la frontera del Bidasoa.

El lugar del encuentro fue la Isla de los Faisanes, cercana a Irún, que tiene como curiosidad que, hoy en día, pertenece a España de febrero a julio y los otros seis meses a Francia. Allí, el 9 de noviembre de 1615, tuvo lugar el intercambio que se ve en el cuadro, rodeados de soldados, corte y gentío diverso, y con un sistema de cuerdas con el que movían, de una orilla a la otra, las barcas donde iban las princesas con toda la pompa Real. Eso no me sorprendió, pues en el verdadero mundo real, también con sistema parecido, pero usando pinzas, así se pasaban trapos mi abuela Emiliana y su vecina de enfrente, la gallega.

Y fueron felices y comieron perdices… Pues no, de eso nada. Por resumir, como en los finales de algunas pelis, voy a contar brevemente qué fue de nuestros protagonistas:

Felipe IV, reinó durante cuarenta y cuatro años. No obstante, mientras el conde-duque de Olivares se ocupaba de los asuntos de estado, él se mostró más partidario de esforzarse en otras tareas, que tuvieron como fruto sus más de cuarenta hijos. No está mal sabiendo que vivió sesenta años. ¡No sé cómo todavía se atreven a incluirle dentro de los Austrias Menores! No obstante, seré ligeramente malintencionado recordando que solo la cuarta parte de los retoños fue dentro del matrimonio. Como pirueta de la historia diremos que fue este mismo buen hombre el que intentó prohibir la prostitución. Hechos son amores...

Su mujer, Isabel de Borbón, no sabemos si a cuenta de los disgustos que en forma de niño de otra mujer le daba su marido, entregó la cuchara a los cuarenta y dos años. Como ironía la llamaban “la Deseada”. Debía ser guapa y lista, un desperdicio con ese marido antojón que se echó.

Luis XIII en cambio, tenía menos gusto por las mujeres. Calculad que tardó más de cuatro años en consumar el matrimonio (no decíamos en vano que era en diferido). Finalmente, después de más de veintitrés años acaba siendo padre de Luisito, llamado, con toda su lógica, el “niño milagro” antes de pasar a ser el Rey Sol (Luis XIV).

Ana de Austria, la vallisoletana, como igual habéis imaginado es la de D’Artagnan. Ante el probable desdén de Luis, para compensar tuvo un lío con el inglés Buckingham y, por si fuera poco, estuvo implicada en un complot para matar a su marido. Definitivamente, no se llevaban bien del todo. Encima Richelieu metiendo cizaña todo el día. Dicen que cuando murieron éste y su esposo, se casó en secreto con el italiano Mazarino, un Richelieu 2.0 que también era cardenal (pero laico, que no sé cómo se come eso).

Sabemos que las comidas con cuñados pueden ser peligrosas, pero las de éstos podían degenerar en una guerra internacional a nada que el vino estuviera picado. Bueno, la misma elección del vino podía ser una provocación: ¿Burdeos? ¿Rioja? ¿Borgoña? ¿Ribera? ¿Champán? ¿Cava? Y con el queso lo mismo… Un no acabar.

 


Intercambio de princesas en el Bidasoa, de Pieter Van der Meulen.




El mismo lugar visto desde Google Maps.



Felipe IV. Con esa carita y más de 40 hijos. Algo debe tener el poder.

Isabel de Borbón, posa muy digna.


Luis XIII to' guapo.


Ana de Austria con el collar que tuvo que buscar en Londres el bueno de D'Artagnan (me reservo asegurar la veracidad de este dato).



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