SOMME 19240



Estamos en Navidad, tiempo que siempre se ha asociado a paz, reencuentro, familia y, por qué no decirlo, a festejo y a paga extra. Pero hoy me ha salido una foto en Internet que recordaba justo lo contrario: era la imagen de un montaje artístico de un inglés que representó los 19240 muertos que tuvo la Commonwealth en el primer día de la batalla del Somme en la Gran Guerra, que es como se llamó al principio a la Primera Guerra Mundial. El bueno de Rob Heard, que así se llama el paciente inglés, se curró casi veinte mil mortajas, con su soldado tamaño Geyper Man dentro, cosidas a mano y colocadas disciplinadamente en orden. Y eso que ahorró, pues no consideró a los más de dos mil británicos desaparecidos en ese primer día de la acción bélica, 1 de julio de 1916, como si se hubieran evaporado entre aquel humo con olor a pólvora. Es más, si hubiera contado todos los muertos aliados en la batalla entera tendría que haber hecho ocho veces más, y si hubiera incluido también a los alemanes, quince veces más aproximadamente. Desconozco si tuvo en cuenta a los cientos de soldados fusilados por cobardía, a los que no les hacía ninguna gracia ser convertidos en carne picada por los alemanes, experimentados chacineros, lo que no les valió para que abreviados consejos de guerra les adelantaran el pase al otro barrio.

Como los números son más fríos que la temperatura en Nuuk, capital de Groenlandia (cuyo nombre he tenido que buscar a pesar de haber hablado de ella no hace tanto), Rob se propuso crear una imagen que diera un valor verdaderamente significativo a tanto espanto y sobre el verde césped inglés -no bajo el mismo, que es como acabaron- preparó su montaje, que no sé si es muy artístico, pero sí muy acertado. Gracias a ello, mucha gente de hoy en día pudo considerar hasta qué punto puede llegar la obcecación humana, máxime viendo que no queda en la actualidad ni un grano de arena de los motivos por los que se luchó en aquella nefasta guerra.

No obstante, no creáis que a todos los que vieron la tragedia en directo les cambió el criterio. En el último día de la Gran Guerra, el 11 de noviembre de 1918, día de San Martín, todavía numerosos oficiales, normalmente de sangre azul, prepararon cargas en las que más de dos mil soldados vertieron definitivamente su roja sangre en el campo de batalla, a pesar de que sabían que a las 11 de la mañana las armas iban a parar, pues así se había acordado entre los diversos contendientes. Era la última oportunidad de ganar una medalla para alguno de aquellos cafres y no dudaron en aprovecharla a pesar de lo que significaba para muchos de sus soldados, a los que, sin duda, despreciaban. Me da que ni siquiera les consideraban un simple número. De ser así igual les hubieran tenido más respeto.


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