REY POR UN DÍA
Antes que algún “hacker” ruso obtenga la información ilícitamente de mi biblioteca de imágenes, voy a hacer una confesión que os va a asombrar. A finales de 2009, un día llegué a casa y mi mujer me lo dijo: “Vas a ser Rey”. “Y tú, mi Reina” - respondí pensando en que la cosa se ponía interesante”. “Pero es que vas a ser rey… negro” – continuó. Mi extrañeza fue máxima, pues me distingo de los de raza negra en dos aspectos: el color de la piel y otra cosa. ¿O era alguna extraña y desconocida perversión de mi consorte? No, lamento no poder seguir por ahí si es que os estaba interesando el asunto, pero aquello no era negro, era un marrón en toda regla. En un restaurante en que trabajaban unos amigos, necesitaban a tres personas para hacer de Reyes Magos. Lo propusieron un día en que estaba todo el grupo menos yo, y dos de los que estaban presentes se cogieron a Melchor y Gaspar. Como un servidor no estaba, no pude elegir y me asignaron el que estaba libre, y no se referían a Jim, el chico negro de Tom Sawyer. Por supuesto, no me dejaron ni recurrir al Tribunal Constitucional, a pesar de haber conculcado mis más básicos derechos ciudadanos. Y así fue como, tal día como hoy, en 2010, fui Rey Mago por un día. También hay que decir que fui un rey negro un poco cutre, pues ni todo el betún del mundo podría tapar mi evidente dermis blanca, como veréis en las fotos. Una vez ataviados con las reales galas, nos pasearon por aquel barrio de Güeñes en un remolque tirado por un tractor (si no recuerdo mal) y, finalmente, entramos en el restaurante, lleno hasta las cartolas. Abrimos la puerta y la ovación, sí, la ovación, fue atronadora. Me da que nunca más en mi vida me van a aplaudir con más entusiasmo y menos merecimiento que aquel día. Encima, yo andaba constipado ligeramente, por lo que toda la zona del bigote la tuve descolorida, cosa que pareció no importar lo más mínimo a todos aquellos chavales que, sin duda, veían en mí la más perfecta encarnación del Baltasar canónico. Ni siquiera el acento de negro cubano que adopté les hizo sospechar lo más mínimo. Quizás mi admiración por los actores del “Metodo” había influido, y algo de ellos se me había pegado. Lo que sí me preocupó es que mi hijo, entonces de seis años, se podía haber dado cuenta de que los Reyes son los padres. Más fácil para descubrirlo no lo tuvo nunca.
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