VALERI JARLÁMOV, MITO DEL HOCKEY HIELO
Me estaba entreteniendo estos días buscando en Internet fotografías
de maestros de la cámara. De refilón, había apuntado uno que se apellidaba
Lagrange. Resultó ser soviético y no francés, lo que quedaba perfectamente
acreditado al saber sus nombres de pila: Vladimir Rufinovich. No, no parecía
ser de Perpignan. Despejada la incógnita de la nacionalidad, intenté valorar
cuál era su nivel fotográfico y, entre la selección que me ofrecía la red, topé
con la siguiente imagen:
El pie de la misma decía: “Todos los niños rusos quieren ser
Valeri Jarlámov”. Vista la foto no había que ser Sherlock Holmes para intuir
que el tal Valeri era algún jugador de hockey hielo. Sabía que dicho deporte
era una disciplina con mucho tirón al otro lado de los Urales, donde si algo
les sobra precisamente es hielo y no sólo en los vasos de vodka. Es más, incluso
sabía que se hizo un documental titulado “Red Army”, sobre el glorioso equipo
de hockey de los años 70 de la extinta URSS. Pero no recordaba haber oído el
nombre citado. Así que, una vez dada por concluida la búsqueda de la excelencia
fotográfica, me dispuse a finiquitar mi desconocimiento por aquel héroe
soviético. A diferencia de la perrita Laika o del gran Gagarin, lanzados un
tanto inconscientemente al espacio (y a los que tengo en gran aprecio), éste, mucho
más terrenal, era él el que se dedicaba a lanzar a gran velocidad discos de
goma casi sin rozar el hielo artificial. Pronto llegó el primer impacto que me
dejó helado. El bueno de Valeri ya había fallecido, a la edad de 33 años
concretamente. Lo conoces a la una de la tarde y para la una y cuarto resulta
que ya había acabado su trayectoria vital. Eso, que es normal cuando te enteras
de la existencia de alguien del siglo XVII, no resulta tan habitual con quien acabas
de ver en una foto a color.
Un accidente en 1981 con su coche conducido por su esposa, fue el punto final de su vida, que había comenzado cuando nació precisamente en un coche, camino del hospital. Entre medias, ganó ocho campeonatos del mundo y dos oros olímpicos, por citar lo más gordo. Le ofrecieron más de un millón de dólares para jugar en Canadá, pero era la época de Breznev y eso era imposible cuando no recomendable, máxime cuando era jugador del equipo del ejército ruso, el CSKA de Moscú. Todavía el bueno de Valeri tenía un gol en la recámara con el que sorprenderme. Su madre era apodada… Begoñita (aunque su nombre era Carmen) y había nacido en Bilbao, lo que sorprende algo menos después de saber el citado apodo. Se trataba de una de las niñas de la guerra que partió de Santurce en el vapor Habana (hecho en Sestao, por cierto, bajo el nombre de Alfonso XIII). Begoñita se quedó en Rusia y fue madre de nuestro efímero héroe de hoy. Si alguna vez vais a Moscú, ya tenéis la obligación de acercaros a las inmediaciones del estadio olímpico Lenin, ahora llamado Luzhnikí, donde podréis ver la estatua del hijo de una bilbaína, uno de los mejores jugadores de hockey hielo de la historia.
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